The (Drama) Experience
The (Classic) Experience es una sección de Lector Empedernido -como si yo fuera el único intelectual que reseña clásicos- en la cual haré pequeñas reseñas de las novelas clásicas que vaya leyendo (desgraciadamente, son pocas). Esta sección es aperiódica, es decir, tendréis una entrega siempre que a mi me salga del monóculo.
El rey Lear, de William Shakespeare
Érase una vez un vasto reino gobernado por un justo rey. Lear se llamaba, y tan justo y noble era que al envejecer, incapaz de escoger, decidió repartir su territorio entre sus tres amadas hijas: Regan, Gonerill y Cordelia; pero para ello tenían que responder a una sencilla pregunta: cuánto amaban a su idolatrado padre. Es entonces cuando la tragedia empieza, cuando los hijos se rebelan contra los padres, cuando Regan y Gonerill engañan a Lear con su habilidosa lengua mientras Cordelia, la única capaz de sentir amor, es expulsada por su torpeza del habla; cuando Edmund, harto del frío trato de su padre Gloucester por haber cometido la única falta de ser fruto el de un adulterio, decide vengarse.
Es entonces cuando el reino cae en las tinieblas y Lear, en la locura.
Desgraciadamente, o tal vez por fortuna, El rey Lear no ha sido mi primer encontronazo con Shakespeare. En primero de bachillerato tuve que soportar el calentón de Romeo y la estupidez de Julieta, y el año pasado tuve que entender la duda de Hamlet (porque a uno no se le puede aparecer el fantasma de su padre reclamando venganza contra su tío y liarse a espadazos de buenas a primeras, es mejor esperar a que tu novia se vuelva loca); y de ninguno de los dos contactos salí bien parado. Sin embargo, El rey Lear ha logrado conciliarme con el prestigioso dramaturgo inglés, a pesar de que sea un acérrimo partidario de la crítica que le hizo Samuel Johnson (y a pesar, incluso, de que los ilustrados como Johnson tampoco me caigan en gracia).
No sé si habrá sido por haberme acostumbrado, gracias a las dos obras anteriormente mencionadas, al estilo recargado y pomposo de Shakespeare, o bien por haber entendido de una vez por todas que la gracia de sus tragedias es que ninguno de los personajes se escuchan entre ellos, sino que prácticamente se ignoran mutuamente: el desenlace de Romeo y Julieta básicamente responde a este hecho (aparte de que con las pasiones la sangre no llega a la cabeza), y la duda de Hamlet tiene su peor enemigo en sus extensísimos monólogos; pero el caso es que esta vez Shakespeare ha conseguido retenerme entre sus páginas, sufrir por los personajes y estar ansioso por la llegada del final a medida que todo se complicaba más y más. En parte, me gusta pensar que se debe a los personajes, los cuales me han parecido mejor trabajados, más alejados de la teatralidad excesiva y, por lo tanto, más creíbles: tanto la bondad de Cordelia, la locura de Lear y la farsa de Edgar, como la maldad de Regan y Gonerill y, en especial, el rencor de Edmund (Edmund es una maravilla de personaje), se mezclan en la obra formando un compendio de emociones que pueden mantener en vilo al lector (o al espectador, que para algo es teatro) hasta la resolución del conflicto.
Aunque tampoco me haya cambiado la vida, he de reconocer que gracias a El rey Lear empezaré a creer todos los méritos que mis profesores le atribuyen a la figura de Shakespeare, y tampoco dejaré de recomendar su lectura a aquellos que, tras un par de intentos de acercarse al dramaturgo inglés, no han logrado establecer una relación sana con él. Yo ahora le tendré menos pereza, y también intentaré probar alguna de sus comedias, que tal vez necesite descansar de tanto drama shakespeariano.
Por cierto, ¿conocéis toda la disputa sobre la autoría de las obras de Shakespeare e, incluso, sobre si realmente existió?
280 págs. * 11,30€ * Ediciones Cátedra (Letras Universales)
Tartufo, de Molière (Jean-Baptiste Poquelin)
Tartufo, para su amo Orgón, es un alma de Dios, un santo beato digno de la gracia del Señor, un bondadoso cristiano y un hombre puro, justo y virtuoso. Pero lo que no sabe Orgón es que todas esas cualidades son una mascarada, un teatrillo que solo él es incapaz de ver, ya que toda la familia es plenamente consciente de ello: Elmira, su esposa, no deja de recibir propuestas indecentes del beato; Dorina, la criada, sabe bien de qué pie calza con todos esos banquetes que se mete entre pecho y espalda durante la ausencia de su señor; y sus hijos, Mariana y Damis, no pueden más que observar horrorizados cómo su padre es títere de las argucias de Orgón... Pero la exageración llega a tal punto que la risa es inevitable.
ORGÓN.— (A MARIANA) No perdamos el tiempo, hija, con estas paparruchas. Yo sé lo que os conviene, que soy vuestro padre. Yo di a Valerio mi palabra de que seríais su esposa; pero aparte de que dicen que es algo dado al juego, mucho me temo además que sea un tanto descreído; no veo que frecuente la iglesia…
DORINA.— ¿Pretendéis que vaya a ella a horas fijas, como los que sólo acuden para ser vistos?
Nunca había leído nada de Molière, si obviamos los fragmentos de El enfermo imaginario que tuve que comentar en una clase de bachillerato, pero cuando Lena me habló de él en verano me picó la curiosidad. Y la verdad es que me ha dejado muy buen sabor de boca, ya que no he parado de reírme durante toda la obra, de sonreír ante la ceguera de Orgón, de preguntarme cómo podía ser tan necio y de horrorizarme ante todo lo que, poco a poco, iba consiguiendo Tartufo sin que su amo se diera cuenta de ello; pero lo mejor es percatarse de cómo el dramaturgo francés consigue esta comicidad: el exagerado comportamiento de Tartufo, a pesar de ir en contra del modo adecuado de comportamiento de un verdadero hipócrita, dramatiza hasta tal punto la ceguera de Orgón que no podemos hacer otra cosa que reír, y es que las situaciones cómicas llegan a la ridiculez y rozan el absurdo.
Por otro lado, el ritmo de la obra es impecable: se mantiene estable a lo largo de los acontecimientos, es ágil y no deja ni una escena de descanso, y su lenguaje sencillo (una de las características del teatro de Molière) permite una lectura rápida y amena de la obra. Además, sus personajes son toda una delicia: cierto es que no son subjetividades individuales, pero tampoco son unos personajes arquetipizados como tanto gustaba en la época, sino que más bien su psicología se adapta a un deber moralizante y de crítica social (el mismo Tartufo es una crítica a la hipocresía y a la falsa religiosidad), pero en especial me quedo con la criada Dorina, quien siempre que abre la boca o es para decir una verdad como un templo o bien para lanzarle una buena pulla a su amo Orgón (dos actos que prácticamente van de la mano).
192 págs. * 10,10€ * Ediciones Cátedra (Letras Universales).
4 comentarios:
Creo que en algún momento de nuestra existencia ya te conté que yo tampoco había sido capaz de conectar con la obra de Shakespeare, de la cual he leído Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo (la que más me gustó) y Macbeth. A pesar de todo, quizá le dé una última oportunidad con El Rey Lear... Ya te contaré.
De Shakespeare he leído tres obras:
Romeo y Julieta que recuerdo no haber podido terminarlo porque se me hacía eterno y lleno de cursilería infinita (y para que yo diga eso, que precisamente me gusta todo lo romántico...)
El año pasado leí Hamlet, que me encantó. Al contrario que a tí, me llegó muchísimo esa obra y el sufrimiento del protagonista.
Sin embargo, la que más me gusto fue EL sueño de una noche de verano. Creo que te podría llegar a gustar.
Quiero leerme El rey Lear, así que me lo apunto parpa leerlo en algún momento próximo.
Un beso:)
yo tengo que leer a shakespeare asi como pronto :D
Pues si algún día me pega por leerme algo de Shakespeare, seguramente tire por leerme la de El Rey Lear por lo que dices. Aunque la verdad es que el argumento me recuerda a uno de una rondalla que la verdad es que ahora no recuerdo cómo se llamaba, pero era básicamente el mismo.
La de Tartufo fijo que la tiene mi madre por casa, así que igual por verano o cuando baje un poco mi montaña de pendientes igual lo leo :)
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