T
he (Classic) Experience es una sección de Lector Empedernido -como si yo fuera el único intelectual que reseña clásicos- en la cual haré pequeñas reseñas de las novelas clásicas que vaya leyendo (desgraciadamente, son pocas). Esta sección es aperiódica, es decir, tendréis una entrega siempre que a mi me salga del monóculo.
Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

Es una
verdad mundialmente reconocida que un
hombre soltero, poseedor de una
gran fortuna, necesita una
esposa. Es algo que todo el mundo sabe, hasta el mismo susodicho, y es que se trata de una
verdad tan arraigada en las mentes de su
vecindad que poco les importa los sentimientos del desdichado y
adinerado caballero, pues cada una de las familias que lo rodean lo consideran de su
legítima propiedad o de la de
una u otra de sus hijas.
A decir verdad, no hay nadie quien tenga tan presente esta regla universal como la
señora Bennet, y aunque su
comportamiento llegue a parecer exagerado o incluso
ridículo, su situación no es para menos:
cinco hijas, la mayor de las cuales ya raya los veintidós años, una renta escasa para tan amplia familia, y una
hacienda que, a la muerte de su marido, pasará a un desconocido
primo de este. ¿Cómo podría pensar en otra cosa que no fuera el
matrimonio en tal situación?
Es por ello que la familia queda totalmente trastocada cuando
Netherfield Park, una mansión de la vecindad, es alquilada por el
joven, atractivo, soltero y, más importante,
adinerado (¡5000 libras al año!)
señor Bingley. ¡Y cuán afortunada se siente la señora Bennet cuando se percata de la evidente
preferencia que siente el joven, atractivo, soltero y adinerado Bingley por su hija mayor,
Jane!
Pero no todo iba a ser tan maravilloso: las hijas menores,
Kitty y Lydia, son dos
bobaliconas que se dedican a perseguir a los
oficiales del regimiento acampado en Meryton. Y
Bingley no viene solo: le acompañan sus
altivas y clasistas hermanas y un amigo más rico que él (¡¡10000 libras al año!!), el
señor Darcy, pero
orgulloso, demasiado orgulloso, por lo que
Elizabeth, la segunda de las señoritas Bennet, no tardará en despreciarlo y en jurar que
jamás bailará con él.
—Reconozco —dijo Darcy— que no tengo la habilidad que otros poseen de conversar fácilmente con las personas que jamás he visto. No puedo hacerme a esas conversaciones y fingir que me intereso por sus cosas como se acostumbra.
—Mis dedos —repuso Elizabeth— no se mueven sobre este instrumento del modo magistral con que he visto moverse los dedos de otras mujeres; no tienen la misma fuerza ni la misma agilidad, y no pueden producir la misma impresión. Pero siempre he creído que era culpa mía, por no haberme querido tomar el trabajo de hacer ejercicios. No porque mis dedos no sean capaces, como los de cualquier otra mujer, de tocar perfectamente.
Darcy sonrió y le dijo:
—Tiene usted toda la razón. Ha empleado el tiempo mucho mejor, Nadie que tenga el privilegio de escucharla podrá ponerle peros. Ninguno de los dos toca ante desconocidos.
Orgullo y prejuicio es uno de esos
clásicos, como tantos otros, de los que popularmente se tiene un
concepto totalmente distorsionado, probablemente a causa de esta popularidad. La idea tradicional postula que se trata de una de las
mejores novelas de amor de toda la literatura, concepto similar al que se tiene de
Cumbres borrascosas, y me pregunto a qué nivel se horrorizaría Austen al ver que su obra ha sido tan simplificada a través de dos siglos. Que nadie me malinterprete, pues no estoy diciendo que el público lector sea cada vez más tonto y más simple, aunque sí se ha ido haciendo más amplio y, por lo tanto, menos intelectual y selecto (no, esto no era una defensa del elitismo literario, sino una simple observación). Lo que sí ha cambiado y lo que sí perjudica la lectura y la comprensión de
Orgullo y prejuicio es la
sociedad. Si queremos entender bien las novelas de
Austen, o al menos acercarnos a lo que probablemente quería transmitir la autora (de lo cual, en cualquier escritor, nunca podremos estar totalmente seguros y no es la única lectura que podemos extraer), tenemos que tener un
conocimiento básico de esta
sociedad tan característica que nos muestra Jane Austen: la
sociedad burguesa inglesa de finales del
XVIII y principios del
XIX.
No, la sociedad de Austen no es victoriana. Normalmente se conoce por el nombre de
georgian society, ya que este período histórico coincidió con el reinado de
Jorge III; se trata de los años en los que Inglaterra se vio sacudida por la
Guerra de Independencia Norteamericana, la posterior pérdida de las
Trece Colonias, la
Revolución francesa, las
invasiones napoleónicas y el inicio de la
Revolución
Industrial; sin embargo, todos estos fenómenos no interesan en la obra de Austen: nuestra autora nunca habla ni de
política ni de
historia (muy al contrario de lo que hacía otro autor con tendencias realistas coetáneo a Austen, Honoré de Balzac), sino que se limita a mostrar su
sociedad y el
comportamiento humano dentro de esta: se trata de una sociedad burguesa,
campestre, que vive de las
rentas y
desprecia el comercio y cuyos únicos entretenimientos eran la
lectura, los paseos, las cartas y los
bailes; y que, por encima de todo, ansiaban el prestigio que comportaba la compañía de la
nobleza.
A partir de todo esto podemos entender el
comportamiento de la
señora Bennet y de sus hijas menores (Lydia y Catherine), ciertos deseos de la
señorita Bingley y la reverencia que despierta
lady Catherine de Bourgh en el
señor Collins y en la mayoría de personajes de la novela..., excepto en
Elizabeth Bennet. Efectivamente, todos los personajes que cumplen cada una de las características de lo que sería un individuo corriente de la
georgian society son completamente ridiculizados mediante una
aguda sátira a lo largo de la novela.
Sin embargo, Lizzy, la adorada y popular
Elizabeth Bennet, la que la comunidad janeite alza como la
mejor heroína de Jane Austen y su preferida (no me incluyáis en este grupo), tampoco queda libre de burla, no, al menos a mi parecer. El hecho de que el
desprecio de Elizabeth hacia
Darcy se inicie en un comentario tan banal como «No es lo bastante guapa como para tentarme» (algo que fácilmente podría haber olvidado), dice mucho del
orgullo que también se encuentra en Lizzy, pero no solo eso: si nos fijamos, los
sentimientos de Elizabeth empiezan a cambiar en cuanto visita a
Pemberley, incluso bromea sobre ello con su hermana Jane. Por otro lado, podemos fijarnos en el propio
Darcy, que si bien cuenta con una personalidad y una historia, podemos observar dos aspectos curiosos: que lo que más le define es ser el
amo de Pemberley y de la mitad de Derbyshire y que su nombre es
«Fitzwilliam»; en las

lenguas anglosajonas, el prefijo
«fitz» acostumbra a significar
«hijo de», y aunque no conocemos el nombre del antiguo señor Darcy, el padre de Fitzwilliam, fácilmente podría ser este «William»: así, el tan adorado
Fitzwilliam Darcy no sería más que el
hijo de alguien y el
poseedor de una mansión. Así, la digna
Elizabeth, la defensora a capa y espada del matrimonio por amor, de la dignidad, acaba
enamorándose (gradual y sutilmente) de una
casa y de una
abultada renta, no de un hombre.
No podría acabar este intenso alegato, en que se ha convertido la reseña, sobre la sátira social que representa en realidad
Orgullo y prejuicio sin hablar de la maravillosa
prosa de Austen: me gusta definirla como
«ordenada» porque ese es el efecto que produce, las palabras están donde corresponden y Jane Austen consigue con ello que pensemos lo que tenemos que pensar, que nos hagamos una idea determinada (aunque ello pueda difuminarse a causa del paso del tiempo). Pero lo que en realidad cabe destacar es la
fina ironía austeniana, tan bien disimulada que a ojos de un lector ingenuo no es apreciable (en mi primera lectura, todo me lo tomé en serio, y así de poco me gustó), pero que a ojos de un
lector atento y conocedor de esa sociedad, no dejará de despertar en él
sonrisas divertidas y grandes y espontáneas
carcajadas.

No me queda otra, pues, que recomendar fervientemente la lectura de
Orgullo y prejuicio, pero no la recomendaría a todo el mundo como primera incursión en Austen.
Orgullo y prejuicio, aunque no es la obra más compleja de la escritora inglesa (considero que este puesto corresponde a
Mansfield Park), sí es la más
satírica e irónica, la más aguda y la que ofrece más
interpretaciones, por lo que se trata de una lectura que tiene que hacerse cuidadosamente para poder ver más allá de la
historia de amor que se nos ha dicho popularmente que ofrece.
408 págs * 12,50€ * Ediciones Cátedra (Letras Universales)
*Edición conmemorativa 30 años de Letras Universales*
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